Novena Sesión de Seminario de Jóvenes investigadores/as 5 de mayo de 2021 a las 12.00 hrs.

Novena Sesión de Seminario de Jóvenes investigadores/as 5 de mayo de 2021 a las 12.00 hrs.

Con fecha 5 de mayo de 2021, a las 12.00 hrs., se llevará a cabo la novena Sesión del I Seminario de Jóvenes Investigadores/as sobre religión y espacio público en Chile 2020/2021, instancia coordinada por el Prof. Luis Bahamondes G.

En esta oportunidad, la exposición estará a cargo de la investigadora Macarena González F., Doctoranda en Filosofía mención estética y Teoría del Arte en la Universidad de Chile, quien presentará el trabajo titulado:

Animitas: un análisis en perspectiva filosófica

Las animitas son imágenes propias de una práctica religiosa popular presente en Chile y otros lugares de Latinoamérica y han sido objeto de interés para los investigadores del ámbito sociocultural. El esfuerzo de mi investigación es situarlas en el campo de la filosofía, recogiendo la tradición alemana (Bohem y Belting) y la francesa (Bergson y Deleuze) en el estudio de las imágenes para comprenderlas en su dimensión ontológica y profundamente humana.
En la realización de mi trabajo, he tenido en cuenta tres características de las animitas que “saltan a la vista”: su diversidad, su cambio permanente y el respeto que inspiran.
En relación con el primer punto, no deja de ser interesante que, pese a la diversidad de animitas que existen, quienes nos hallamos inmersos en la cultura chilena tenemos el poder de reconocerlas sin confundirlas con otra cosa. Por otro lado, el cambio permanente en las animitas nos lleva a su relación con los agentes que las experimentan y practican; las animitas están sujetas a una dinámica afectiva y reciprocitaria, una característica de las relaciones entre seres humanos. Finalmente, está el respecto que producen, pocas personas se sentarían en una animita o tomarían resueltamente sus objetos, independiente de que adhiera o no a la práctica o a la creencia en lo que occidentalmente llamamos “sobrenatural”.
Todo lo anterior nos llevan al cuerpo y la huella de quien ha muerto, su duración; pero, sobre todo, a los cuerpos de quienes le sobreviven. Las animitas –y esto es quizás extensivo a las imágenes mortuorias– se originan en la limitación extrema de los seres corpóreos: la finitud, la inminente vuelta a la tierra donde se diluyen los órganos y ese intervalo que somos pierde sus contornos hasta quedar irreconocible.
La experiencia de la muerte que no tocamos sino por medio de otro, es la que originaría, según Belting (2009a, 2009b), los procesos de “animación” de las imágenes, nuestra tentación a comunicarnos con ellas como si estuvieran vivas “y también a aceptarlas en el lugar de esos cuerpos” (Belting, 2009b: 157) Pero ¿por qué?
La clave podría estar en Bergson: “¿Quién podría decir dónde comienza y dónde termina la individualidad, si el ser vivo es uno o varios, si son las células las que se asocian en organismo o si es el organismo el que se disocia en células?” (Bergson, 1963: 434). Si solo nos diferenciamos de los demás porque nos percibimos “interiormente, profundamente” (Bergson, 1963: 439), de esta forma, a mi juicio, la ausencia radical de la muerte, la desaparición de un ser amado se experimenta como una amputación.
A causa de la muerte, el cuerpo es sacado de la superficie donde participa de la vida, se hunde en la tierra, se esconde en nichos o deshace en cenizas para resguardo de la higiene, pero también para alejar de la mirada el impacto de la descomposición. La tumba, como artefacto visible, pugna en sentido contrario: pone a la vista el ser que es por obra de la memoria; pero las animitas carecen de cuerpo/cadáver y, contradictoriamente, ocupan el lugar y modo de existir de un cuerpo.
Desde mi perspectiva, el origen de las animitas está en nuestro ser por cuanto cuerpo y en la conciencia de nuestra subjetividad; provienen de una intuición derivada de una negativa contra la evidencia material (radical) de nuestro fin, algo que se aloja en la persistencia de la memoria que nos señala que hay algo más allá, algo no ligado perfectamente a la “experiencia de nuestra motricidad” dice Deleuze (1987: 59) y que trasciende la experiencia psicológica acoplada al cuerpo.

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